
Biól. Jesús Ángel Barajas Fragoso
Durante mucho tiempo, la Icteria virens, conocida como “Reinita Grande”, fue considerada parte de la familia Parulidae, junto con las currucas arbóreas las oropéndolas, los mirlos del Nuevo Mundo, los gorriones y los escribanos. Sin embargo, su comportamiento y características únicas desconcertaban a los ornitólogos. Finalmente, en 2017, tras años de debate taxonómico, se le otorgó su propio linaje: la familia Icteriidae. Un reconocimiento merecido para una especie que desafió las categorías convencionales.
Difícil de ver y aún más difícil de clasificar, este pájaro escurridizo prefiere los matorrales densos, áreas arbustivas y bordes de pastizales. Su hábitat, a menudo descrito como impenetrable, está en declive debido a la expansión de áreas abiertas impulsada por la actividad humana. Así, los bosques cerrados y arbustivos que alguna vez fueron su refugio, hoy se ven cada vez más fragmentados.

Pero hay un momento del año en que las probabilidades de hallarlo aumentan. Al inicio de la temporada reproductiva, el macho se vuelve más visible gracias a su repertorio vocal sorprendente, una mezcla de silbidos, cascabeles, gruñidos y gritos que lo distingue entre la maleza.
Si eso no fuera suficiente para intrigar, Cornell Lab of Ornithology nos comparte que estudios recientes han revelado un comportamiento nocturno inesperado: ambos sexos realizan incursiones nocturnas en hábitats boscosos no reproductivos, apodados por los investigadores como “clubes nocturnos”, donde se sospecha que ocurren encuentros extrapareja. Un detalle más que refuerza su reputación de ave enigmática.
No es de extrañar que Audubon lo describa como “su chipe más grande, y de seguro, el más extraño, ya que parece una cruza entre un chipe y un ruiseñor”. Un ave que canta de noche, se esconde de día y no encaja en ninguna caja… salvo en la que ella misma ha construido.





